martes, 30 de marzo de 2010

El pan

Marisa era una de tantas mujeres que en los noventa tenía marido y dos hijos. Ama de casa eficiente, por la mañana también trabajaba limpiando en otras dos viviendas. Siempre iba arreglada, maquillada, con las gafas de sol puestas.
Era una persona amable, risueña, pero había veces que el maquillaje de sus ojos era fuerte, oscuro, en tonos grises y raya negra bajo sus enormes gafas de sol.
Su marido trabajaba de ocho de la mañana a dos de la tarde, y media hora después llegaba a casa.
Sus hijos salían a las doce del colegio. Corrían para llegar a comer. Tenían que hacerlo rápido. Meterse en sus habitaciones. Salir sólo para ir al colegio. Su mamá les había acostumbrado a ello, pues su papá venía cansado de trabajar. No se le podía molestar. Y oyeran lo que oyeran no debían salir de la habitación.
Un día Marisa tuvo una mala mañana. Tenía un dolor terrible por todo el cuerpo. La dolían las costillas. Fue a trabajar como de costumbre, pero no era capaz ni de andar. Se fue a casa y se acostó. Cuando la vieron sus hijos al volver del colegio la preguntaron que la pasaba. Ella simplemente les dijo que estaba cansada, que comieran y sacaran pan del congelador.
A la hora de siempre llegó su marido. Puntual. La mesa puesta. La cerveza recién servida. Una botella de vino dispuesta para abrir, y en la mesita pequeña el brandy preparado para nada más terminar.
Marisa sirve despacio la comida, pero cuando va a empezar a comer empieza a temblar. ¡ El pan!. Se levanta rápido, y se da cuenta de que los niños se han comido todo el que quedaba. Su marido la grita: Puta estúpida, no hay pan en ésta casa. Me paso todo el día trabajando para que no os falte de nada y se te olvida algo tan “ sagrado” como el pan. Pero, cariño, le dice ella… no puede contestar. Siente un golpe seco en la cara.


Hola, Marisa, la saluda un día una vecina. La comenta que ya sabe que se ha separado. La dice: Como es posible, con lo bien que estabais juntos. Y tus hijos tan felices, tan educados… no lo entiendo. Sí, es verdad… contesta ella. Va sin apenas maquillar. Un tono rosa en los labios y raya azul en los ojos. En su casa ya es la hora de comer y su pareja la está esperando.
Ponen la mesa juntos. Se la ha olvidado el pan. ¿ Y qué pasa?. Dice él: Bueno, pues sin pan comeremos… luego, dando un paseo lo compramos. Marisa sonríe, le da un beso, y se sientan a comer.