lunes, 4 de enero de 2010

El autobús

Todas las noches, de lunes a viernes, tomo el mismo autobús en la gran plaza. El mismo conductor. La misma gente. Poca diferencia de unas noches a otras. Siempre lo mismo. En dos años siempre somos los mismos.


El autobús en invierno es caliente, y en verano es fresquito. Da gusto subirse a él, y sin embargo, en lo más importante está totalmente helado. Ya he dicho antes, que casi siempre somos los mismos los que esperamos juntos para subirnos y ni siquiera nos miramos entre nosotros, demasiado ensimismados en nuestros problemas.
Hasta hace unos tres o cuatro meses, subía una chica morena, joven. Ni nos mirábamos. Cogía el vehículo en mitad del trayecto y nos bajábamos juntas, una delante de la otra, por el mismo camino hasta llegar al portal. Sí, vivimos en el mismo portal. Ella se metía en el ascensor, y yo me quedaba en el bajo.
La madre de ésta chica y yo hablamos cuando nos vemos. Con su hija también, pero sin saber como, entre las dos, siempre hay una instintiva sensación de disgusto, y evitamos rozarnos. También me cruzó con otro joven, vecino de mi hija. Y así cada noche con todos. ¡ Qué pena!. ¡ Qué indiferencia!. Tanta soledad. Tanta tristeza. Cada uno a lo suyo. Temiendo lo que pueda decir de tí la persona que tienes sentada al lado. Vivimos en un mundo de aislamiento e independencia, creyéndonos mejores que las personas que están a nuestro alrededor, sin darnos cuenta de que todos necesitamos de todos.

3 comentarios:

  1. La frialdad humana en la cercanía.

    Bien descrito. Un abrazo.

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  2. Yo prefiero no esperar nada de nadie así no hay decepción.
    Suerte con tu blog.
    Saludos

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  3. Hola, primero agradecer tu visita.

    Me encanta esta entrada, me toca la fibra. Yo soy incapaz de no sonreír o hablar con alguien que está sentado en cualquier consulta a tu lado. Se me hace frío y siempre sonrío y hablo me sale del alma.

    Bella entrada.

    Besos y amor
    je

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