
El autobús en invierno es caliente, y en verano es fresquito. Da gusto subirse a él, y sin embargo, en lo más importante está totalmente helado. Ya he dicho antes, que casi siempre somos los mismos los que esperamos juntos para subirnos y ni siquiera nos miramos entre nosotros, demasiado ensimismados en nuestros problemas.
Hasta hace unos tres o cuatro meses, subía una chica morena, joven. Ni nos mirábamos. Cogía el vehículo en mitad del trayecto y nos bajábamos juntas, una delante de la otra, por el mismo camino hasta llegar al portal. Sí, vivimos en el mismo portal. Ella se metía en el ascensor, y yo me quedaba en el bajo.
La madre de ésta chica y yo hablamos cuando nos vemos. Con su hija también, pero sin saber como, entre las dos, siempre hay una instintiva sensación de disgusto, y evitamos rozarnos. También me cruzó con otro joven, vecino de mi hija. Y así cada noche con todos. ¡ Qué pena!. ¡ Qué indiferencia!. Tanta soledad. Tanta tristeza. Cada uno a lo suyo. Temiendo lo que pueda decir de tí la persona que tienes sentada al lado. Vivimos en un mundo de aislamiento e independencia, creyéndonos mejores que las personas que están a nuestro alrededor, sin darnos cuenta de que todos necesitamos de todos.
La frialdad humana en la cercanía.
ResponderEliminarBien descrito. Un abrazo.
Yo prefiero no esperar nada de nadie así no hay decepción.
ResponderEliminarSuerte con tu blog.
Saludos
Hola, primero agradecer tu visita.
ResponderEliminarMe encanta esta entrada, me toca la fibra. Yo soy incapaz de no sonreír o hablar con alguien que está sentado en cualquier consulta a tu lado. Se me hace frío y siempre sonrío y hablo me sale del alma.
Bella entrada.
Besos y amor
je